domingo, 18 de septiembre de 2016

El crujir de la niebla.

Todos mis escritos empiezan con un "quizás"
Todas mis canciones comienzan con una larga nota mantenida que da rienda suelta al dolor.
Todos mis dibujos son una mezcla de grafito y melancolía tintada con acuarelas grises.
Será por eso que hoy no sé exactamente qué hacer para purgar la pena. Puedo cantar y que mis manos plasmen por sí solas lo que quieren desahogar. Puedo no hacer ninguna de ellas porque, como descubrí hace tiempo, el calambre en los dedos cuando finalizas la obra que grita tu frustración y el mareo de ideas vacías no es suficiente; y siempre necesitas más. Más veneno. Más nostalgia. Más pena.
He almacenado demasiados calambres y vacíos, esperando complacer un alma más morbosa que bohemia. Un alma que se recrea en su oscuridad. Pero no es lo mismo cuando colma el vaso una gota que no va dirigida a ti. Cuando el amor que se ve truncado no es el tuyo. Cuando la traición es ciega a los ojos más inocentes del mundo. Cuando no es tu lealtad la que quebrantan. Cuando no es a ti a quien quiebran en miles de pedacitos que se esparcen sin saber cómo recomponerse.
Es un calambre que duele. Es un vacío que te aturde. Es un grito que no debe recrearse como una cinta vieja, sino que se debe escuchar. Es una agonía que ha de sacudir muros hasta resquebrajarlos. Es una impotencia que ni cientos de cristales rotos ni olas rompiendo con virulencia contra las más afiladas rocas podrán sosegar.
Es el abandono.
El abandono de un corazón puro. De un alma cándida.
Es el hielo cubriendo de nuevo mis pulmones, reabriendo una cicatriz más antigua que el tiempo con sus afiladas esquirlas. Es la ponzoña que vuelvo a saborear en mi lengua. Es el velo de acidez que jamás volverá a levantarse. La promesa de nunca perdonar.
Nunca jamás.

miércoles, 27 de abril de 2016

El polvo más triste del mundo.

Como cada vez, se quitaron la ropa.
Como cada vez, se besaron, se mordieron, se tiraron sobre la cama.
Sus cabellos, desparramados por la almohada.
Su frente, anegada en sudor.
Sus brazos, tensos por la anticipación.
Sus ojos, brillantes y nublados por demasiados pensamientos para un momento como aquel.
Pero ese día era diferente. Él no lo sabía; cómo iba a saberlo. Ni siquiera ella sabía por qué ese día era diferente. Solo era consciente de su vacío. De su melancolía. De su tristeza.
Confundía las caricias. Veía manos que no estaban ahí. Unos ojos que hacía mucho que no la miraban. Un sentimiento que le estrangulaba el corazón con tanta fuerza que se preguntaba cómo aún lo sentía latir al ritmo de sus suspiros.
Él le lamía las heridas. Le besaba las cicatrices.
Él le acariciaba el alma a través de las costillas.
Él lo era todo.
Y ella seguía siendo incapaz de valorarlo como merecía.
Lo abrazó, con toda la fuerza que pudo sacar, y volvieron a besarse.
Como un rayo de sol, su calor incendiaba sus venas cada vez que la tocaba; iluminando cada telaraña que se mecía dentro de su armazón malogrado, haciendo hermoso a sus ojos cada estigma. Devoraba su cuerpo y ella sentía que bebía su veneno.
A sus ojos ella le emponzoñaba. Le corrompía. 
La quería tanto que se sentía indigna de seguir pensando en la herrumbre de su corazón, en la víbora que siseaba en sus tímpanos con un nombre maldito.
Solo con recordarlo se le hacía jirones el alma.
Le amaba. Por supuesto que le amaba. Pero era el recuerdo. El recuerdo que nunca dejaba de acosarla. El recuerdo que la impedía conciliar el sueño. El miedo. Y la ofuscación.
Le miró a los ojos, buscando la inocencia ciega de su pleitesía. Se le empañaron los ojos de lágrimas. Pero él nunca lo sabría.
Como cada vez, le temblaron las piernas en una larga convulsión.
Como cada vez, cuando llegó al orgasmo, lloró. 
Lloró lágrimas amargas, de amor y rabia y azufre. Y no dejó de llorar hasta bien apagado su fuego, cuando entrelazados sobre las sábanas, volvieron a jurarse amor eterno; concluyendo así, el polvo más triste del mundo.

viernes, 22 de abril de 2016

Complacencia.

Tengo miles de poesías pugnando por salir de mi mente, pero una parte de mi alma es reacia a sumergirse una vez más en la brea que compone mis lamentos con sangre, a asomarse al precipicio de mis recuerdos donde la suave melodía de la nostalgia aglutina mi dolor; a balancearme otra vez en el trapecio de mi corazón, oxidado de amar.
"Duerme", me digo, eso calmará a mis demonios otra noche. No susurraré tu nombre ni veré tu aliento etéreo que en la oscuridad se cierne sobre mí otra madrugada más; no te haré corpóreo en mis sueños ni en mis lágrimas, solo dormiré.
Dormiré y recordaré que soy feliz; que como la flor que crecía otrora, ahora estás marchito y seco, y no manipulas más mis cuerdas. Recordaré la gelidez que me aparta de tu fuego, la escarcha que me cubre las venas y me salva de mi propia perdición.
Recordaré el abrazo del Invierno noche tras noche, insomnio, hasta que por fin te desvanezcas y no seas tú de quien mis musas sigan enamoradas.
Recordaré mi amor latente.
Soñaré con despertar.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Anima Mundi.

   He tenido que reunir todo mi coraje para empezar a escribir de nuevo, con más cal de la que recordaba amenazando con derruir la cansada estructura de mi alma, los hilos cuarteados que apenas bombean mi corazón.
   Y me duele aún más que esto sea una disculpa, que me haga sentir débil, que exponga mi interior de nuevo caliente y tierno, acongojado mientras espera una nueva lanza perforando unos puntos de sutura que jamás seré capaz de arrancarme. Y así ruego, vulnerable, pidiendo a gritos que me hieran una vez más; el perdón del universo por ser incapaz de cicatrizar. Por sólo ofrecer mi lírica a la melancolía, por reabrir mis heridas para sentirme artista. 
   Por ser incapaz de que estas manos escriban de felicidad, de armonía, del Invierno que tanto da por mí. Por llorarle al viento para mostrarle la belleza de mi interior a las gotas de rocío que lloran conmigo. Por que las únicas notas que llamen a mis musas sean las del dolor. 
   Pido perdón a mi corazón, tan ajado y tan oprimido por telarañas de recuerdos que cada latido que le profesa a mis letras duele como si luchara bajo un mar de astillas. Pido perdón a cada una de mis vértebras, por sucumbir a un llanto que no llega nunca, y se sacuden como las víboras que habitan en mi lengua guiando mi paso por la vida, transformándome en poco más que un títere descolorido y resquebrajado. Pido perdón a las plantas de mis pies y a mi garganta entumecida, a mi pecho desprovisto de su coraza de hiel, y a mis manos cansadas de suplicar una clemencia que más tarde lamentaré recibir.
   Y así asumo que jamás mereceré la absolución del olvido, porque me hará elegir entre la felicidad y la poesía, sin las cuales jamás volveré a ser yo. Y no hay nada que más me atemorice.

viernes, 21 de agosto de 2015

Narcóticos inmortales.

Me aferro a la vana esperanza de que dará igual lo que haga o lo que diga, que siempre estarás anclado a mí, como el lastre etéreo de un fantasma que nunca abandonará el purgatorio.
Que aún cuando tengo los brazos del Invierno cobijándome de tus promesas lastimeras, tus murmullos moribundos jamás abandonarán mi cuerpo, que el caudal seco que dejaste en mi mente no acogerá una nueva vida ni una nueva corriente, que demasiada erosión ha hollado mi corazón; y que cuando aprendí a amar de nuevo me sentí tan insegura y con tanto miedo como cuando fijé mi mirada por primera vez en tus ojos de Aftereight.
Que siento que nuestra despedida no fue el epitafio correcto y anhelo ponerle el último sello de lacre a la dependencia de la que me hiciste presa, tanto como me atemoriza volver a oír el rumor de tu presencia.
Y que aunque ame de nuevo y mil veces más fuerte, aunque sea capaz de saber una y mil veces que no necesito un veneno tan dulce como el tuyo de nuevo en mis arterias, y lo repita tanto que se me quemen los pulmones; eres el Río que una vez alimentó mi vida. 
Y que tu sequía no necesitaré recordarla, porque jamás podré olvidarla.

lunes, 22 de junio de 2015

Páramos de salitre.

Hoy he mirado de nuevo el reflejo de una vida espectral que nada temía salvo yacer en su lecho pantanoso. 
Hoy me ha devuelto la mirada un pavor visceral que no me recorría las venas desde que las arañas que se esconden en mis grietas tejieron su gélida trampa en torno a mi corazón.
Hoy he vuelto a convertirme en presa y en vano he buscado tallar una salida en roca viva.
Hoy caí.
Caí hondo, y nada sonó para hacerle eco a mi alma herida salvo el crujido del cristal bajo unos pies.
Uno se recupera de las caídas. Uno se sacude el polvo de las rodillas ensangrentadas, cojea unos pasos y sigue su camino.
Pero lo peor no fue caer. Lo peor fue el pánico de la caída. Ver que no eres más que aire turbulento que se agita en una tempestad. Contemplar plumas de escarcha donde deberían estar las de acero. Que el espejo no te devuelva el temple de un guerrero, sino el de un animal acorralado que nunca aprendió a huir. 
Temer el descender de una mano sobre tu cabeza y aullar como la bestia que eres en lo más profundo de tu espíritu, inervada por los hilos de un pasado terrible y desolador que te convirtió en tierra yerma y nubes de tormenta. Y rezar. Rezar para que nadie nunca jamás sea consciente de lo cerca que estás de desgarrarte en miles y miles de astillas con sabor a metal. 

miércoles, 17 de junio de 2015

El rumbo de tus sueños.

Y ahora tengo las arterias llenas de etcéteras, y un corazón espartano, y unas manos que creen en los milagros.
Y al límite de un temblor de conspiración divina, el rumbo de tus sueños coincide con mis pesadillas.